CHIRIBIQUETE: UN MILAGRO DE 2.7 MILLONES DE HECTÁREAS

Chiribiquete Colombia, turismo de naturaleza

El parque Serranía de Chiribiquete es uno de los lugares más biodiversos del planeta.
Quienes lo han recorrido a pie o han visto su tupida vegetación desde un avión, siempre describen al parque nacional natural Serranía de Chiribiquete con adjetivos superlativos, algunos recurrentes: exuberante, impresionante e insuperable. Pero hay una frase que muchos pronuncian como una sentencia unánime, como si fueran palabras en clave que se adquirieran al sentir su impacto de aire puro, al lograr poner los ojos en paisajes que no se ven en ningún otro rincón del mundo o al ser sorprendidos por el aleteo de una bandada de mariposas de colores o el salto de un mono lanudo: Chiribiquete es la máxima maravilla natural de Colombia.

 

Por esta significativa característica en la que coinciden los pocos que han palpado este reducto maravilloso –frase que adquiere mayor resonancia por pronunciarse en el país más biodiverso por kilómetro cuadrado en el globo– y por haberse consolidado como el último mundo perdido por descubrir en el planeta, como lo ha explicado el ecólogo Andrés Hurtado, es que el país ha celebrado en los últimos días que esa zona nacional protegida haya sido ampliada.

Ahora alcanza casi 3 millones de hectáreas entre Caquetá y Guaviare. Una extensión que se transforma en una apuesta por la vida, la sostenibilidad y el bienestar de la humanidad, que en este momento contribuye a resguardar la quinta parte de la Amazonia colombiana –14’227.911 de hectáreas, es decir, el 11 por ciento de la superficie continental del país–.

 

Según expertos nacionales e internacionales, el Parque de Chiribiquete es uno de los hotspots de biodiversidad a nivel mundial. Y cuando a algún lugar se le define así, se concreta al mismo tiempo una especie de pulso entre el bien y el mal. Porque esta palabra indica que es un sitio con un valor natural y arqueológico incalculable, pero con todos esos recursos en riesgo. Es la combinación perfecta entre una noticia mala y una buena.

 

Para comenzar por la segunda, hay que decir que el parque de Chiribiquete es una superpotencia biodiversa del tamaño de Bélgica. Bogotá cabría 17 veces en sus terrenos. Es un bosque tan grande que alcanzaría para cubrir, dos veces, todo el Eje Cafetero. Y es tres veces más grande que Yellowstone, el parque nacional más famoso de Estados Unidos y el más antiguo del mundo. Seguramente no les alcanzará el resto del siglo a los taxónomos modernos para medir todo lo que cabe allí en términos de fauna y flora.

El programa Corazón de la Amazonia, que permitió la ampliación, nos llevará a trabajar con las corporaciones autónomas regionales y los parques que rodean a Chiribiquete en tres objetivos: el apoyo a las comunidades para la introducción de cultivos legales, el desarrollo de programas de ganadería responsable y el diseño de proyectos de Reducción de Emisiones por Deforestación Evitada (Redd) para que los lugareños reciban un pago por cuidar el bosque.

Vigilancia sería con aviones no tripulados

 

Julia Miranda, directora de la oficina de Parques Nacionales Naturales, explicó que Chiribiquete es quizá una de las áreas protegidas del país más importantes por su biodiversidad. La funcionaria sabe que vendrán muchos retos, entre ellos, cuidar los nuevos terrenos de una zona compleja y de difícil acceso. Esto le dijo a EL TIEMPO.

 

¿Cómo se hará la vigilancia en medio de las dificultades financieras de Parques?

 

Tenemos que ser creativos, pero, mientras tanto, haremos monitoreo satelital. Nos han ofrecido aviones no tripulados (‘drones’) y lo estamos analizando. También es importante la ayuda de campesinos e indígenas.

 

¿Qué análisis hace de la tala que afecta la zona?

 

Es un problema que está avanzando desde La Macarena hacia el sur. El reto es darles nuevas oportunidades de ingresos a los campesinos para que abandonen esa práctica.

Que trabajamos de la mano con la Agencia Nacional de Hidrocarburos para eximir al parque de la exploración y la explotación petrolera. También es clave decir que en Chiribiquete no habrá solicitudes de títulos mineros.

La ampliación se anunció en el 2012

La decisión de duplicar el área del parque Chiribiquete se concretó un año después de que el Gobierno anunció, durante la Cumbre Río + 20, la creación de una reserva minera de 17 millones de hectáreas (en la Amazonia, al igual que en la Orinoquia y Chocó), para que allí se realicen grandes proyectos para sacar minerales. Precisamente, el parque blindará recursos naturales clave de ese impulso extractivo. Su ampliación se produce, además, en medio de una decisión del Minambiente de crear áreas temporales de reserva, en 10 millones de hectáreas en todo el país, para excluirlas de un posible daño.

Un salvavidas para los jaguares.

 

Según la Academia Colombiana de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, se sabe (con la posibilidad de que esto sea solo la punta de un gigantesco iceberg) que allí viven 238 especies de peces, 900 de plantas y 492 de aves, entre ellas el colibrí esmeralda, único en el mundo (endémico). En pocas palabras, es un Área de Importancia Mundial para la Conservación de las Aves (Aica). Con la ampliación, Chiribiquete sumó 1’483.398 hectáreas a su área tradicional, que de todas formas lo hacía el parque más grande del país. Y con esa adición, agregó 60 especies de reptiles, 57 de anfibios y 209 de mariposas. Y ahora resguarda 35 especies amenazadas de mamíferos, de las cuales una está en peligro crítico de extinción: el famoso mono churuco.

 

A esto se suman los jaguares. Según Esteban Payán, director de la Fundación Phantera, que el Chiribiquete haya aumentado su polígono de preservación concreta el mayor salvavidas que se le ha lanzado a la conservación de este felino en el país. “Allí pueden haber 850 animales adultos, que podrían garantizar el futuro de la especie en el peor de los casos”.

 

Uno de los argumentos que justificó su expansión es que esta área de reserva se vuelve una muralla para proteger la zona mejor conservada del Amazonas colombiano, que según Martín von Hildebrand, director de la fundación Gaia, tiene las mayores posibilidades de sobrevivir al cambio climático y a la pérdida de recursos naturales entre los terrenos amazónicos que se extienden por nueve países del continente. “De ahí la importancia de mantenerla intacta”, explica.

 

Uno de los primeros colombianos que pisó este sitio fue Carlos Castaño, exviceministro de Ambiente y actual director científico de la fundación Herencia Ambiental Caribe.

 

“Cuando llegamos allí, en los 90, con Thomas van der Hammen, este era un sitio tan nuevo que los animales no huían; dantas, jaguares, monos se quedaban quietos ante nosotros, como si fuéramos otra especie que acabara de llegar al mundo, una reacción que mostraba que la presencia humana en el lugar había sido nula”.

 

Pero hay dos razones naturales más que hacen de Chiribiquete, según Castaño, una joya. “Su formación geológica, a grandes rasgos, hizo de esta región una especie de ‘Arca de Noé’ que permitió la formación de animales y plantas únicos. “Hoy es el gran laboratorio de Colombia, científico y ecológico”, dice Castaño. Además, resulta una pieza vital dentro del andamiaje de la selva húmeda tropical, en su función de aire acondicionado de esta parte del planeta. Sus árboles regulan el clima del país y por ellos llueve en las regiones Andina y Caribe.

 

Y la segunda explicación de su valor es que en medio de los ríos Apaporis (el segundo más largo del país después del Magdalena), Macayá, Ajajú y Yarí, y exactamente entre los tepuyes o altas montañas con paredes verticales, algunas con más de 1.000 metros, hay un estimado de 200.000 muestras de arte rupestre que han perdurado por siglos. Según Castaño, fueron creados hace 19.500 años, aún tienen una calidad gráfica excepcional y son vestigios de procesos ceremoniales de comunidades primitivas.

 

“Es como una segunda Altamira”, dice Julia Miranda, directora de Parques Nacionales, quien compara esos hallazgos con los que se conservan en la cueva de Altamira, en España, donde se observa uno de los ciclos pictóricos y artísticos más importantes de la Prehistoria. Esos pictogramas, que pueden ser los más antiguos del continente, demuestran que Chiribiquete fue un punto neurálgico en el poblamiento de América del Sur. Una historia que se refuerza hoy con la presencia de los resguardos Yaguara, Mirití-Paraná, Nonuya-Villa Azul, Aduche y Mesay, pertenecientes a las familias lingüísticas uitoto, caribe y arawak, que aprobaron la extensión del parque y que han vivido en aislamiento voluntario durante décadas.

 

Los alrededores de Chiribiquete están sujetos a enormes presiones, entre las que figuran, según análisis de Parques Nacionales, la ampliación de la frontera agrícola, la ganadería extensiva, una eventual explotación de hidrocarburos, los cultivos ilícitos –que, aunque se han reducido, no desaparecen del todo– y la deforestación que avanza desde La Macarena. Por algo, según el Ideam, la región más afectada por la pérdida de recursos madereros es la Amazonia, donde se concreta el 46 por ciento de la destrucción de los bosques nacionales.

 

Hoy, en los límites de Chiribiquete existen cinco solicitudes de legalización de explotaciones de minerales como oro, plata, platino, cobre y plomo. Por eso, para expertos como Castaño, el afán por su protección no debería tener límites. “Soñé alguna vez con blindar 5 millones de hectáreas, pero 2,7 millones son un buen comienzo”.

 

Tomado de El Tiempo

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